Saludos pequeños miserables!
Reconozco que hacía más de dos años que no iba a una boda y comenzaba a echarlo de menos. Bueno, la verdad es que lo echaba de menos hasta que llegó la boda. Porque me he dado cuenta de que las detesto. Ninguna en especial sino a todas en conjunto. Siempre es lo mismo, como una tradición generación tras generación. Primero en el juzgado o el ayuntamiento, y la novia siempre tarda. Luego al banquete. A comer aperitivos que te inflan hasta vomitar, sobre todo a las yayas glotonas egoístas que te miran mal si coges la última croqueta de jamón. Y tu mientras, te sientes como una ladrona de croquetas de jamón y una rompe corazones de yayas. Luego, ¡a comer! En realidad es la parte que más me gusta porque comes comida rica y te sientes tan pija como en Pretty Woman. Lo malo es cuando olvidan tu nombre en la lista de mesas y te quedas mirando a todo el mundo con cara de "¿¡Por qué yo!?" A ver, no culpo a los novios porque entiendo que están ajetreados e histéricos y no sepan si han puesto a la pobre hija de sus amigos con la que no han intercambiado más de cuatro frases en toda su vida. Pero el momento de angustia chunga lo pasó una servidora. Oops! Sí, se me escapó, me pasó en esta última boda. Y opté por sentarme con mis padres. ¿El motivo? Me tenía que sentar con los jóvenes y la verdad es que aborrezco esa zona. Porque conoces a dos que ya son "befes" y pasan de ti y los demás hablan entre ellos y tu eres el Forever Alone del bodorrio.
Luego viene la tarta y te imaginas una especie de pastel de cuatrocientos pisos cubierta de chocolate y nata, una fuente de fresas y frambuesas cayendo desde arriba y unos muñecos de los novios que cantan y bailan. Además de un valle encantado al lado de la tarta donde se está bañando un cisne rosa comestible.
Y cuando ves que es un simple y vulgar massini que encima no es ni de dos plantas sino que está dividido en diferentes tartas con dos muñecos de trapo y cartón pluma, entonces sientes que te derrites en el suelo y tu sueño del pastel con cisne rosa comestible se rompe en mil pedazos. Terminas comiéndote el massini con cara de cachorro abandonado acompañado de un café solo amargo hasta rabiar.
Cuando toca bailar... ¡Ah! Esa parte si que es genial. El vals de los novios, con la típica canción de Lucie Silvas, tan romántica, tan especial, tan impersonal, tan pegajosa... Y luego todos comienzan a bailar, que si Paquito el Chocolatero, No rompas más mi pobre corazón (jamás aprenderé a bailarla), Pasodoble, Follow de leader, La Macarena... Y si tienes un padre que le gusta más la disco que a un Cowboy una vaca, entonces apaga y vámonos. Porque será el último en abandonar la pista y bailará hasta quedarse sin pies. Y tu te quedas con las abuelas porque los zapatos te duelen a rabiar y tu madre pasa de ti como si no te conociera.
Adoro la bodas... cuando terminan. No cuando comienzan, ni en medio y mucho menos si fuera una boda gitana de tres días. Por eso lo dejo claro: yo me caso en Las Vegas disfrazada de Marilyn Monroe y él de Elvis Presley. Nosotros solos y nada más que solos. Y esa será una boda legendaria.
Os invito a que os coléis en las bodas y comáis gratis, pequeños miserables!
Live Long and Prospere!
Canción del día: Downbound Train de Bruce Springsteen.
Bye-Bee!
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